domingo, 15 de enero de 2012

DIANA NATHALÌ VELASCO RUEDA

Lingüística III, UIS, 2011

INTRODUCCIÓN

En el curso de lingüística III se hace énfasis en el análisis textual creando gran atención en aspectos como la superestructura, la macroestructura y las macrorreglas para determinar la organización y la significación de un determinado texto. Antes de continuar con el objetivo del presente trabajo considero pertinente conocer un poco la historia y evolución de este sustancial estudio. La década del 70, fue de vital importancia ya que ocurrieron varios acontecimientos en el campo lingüístico que cuestionaban el paradigma generativo-transformacional, implantado por el famosísimo Chomsky[1], que produjo interesantes aspectos del texto como la pronominalización y la presuposición, sin embargo no se llegó a la sistematización de los conocimientos.

El acontecimiento más trascendental para la reafirmación de esta ciencia fue la presuposición de que la gramática de una lengua debía dar cuenta no sólo de las oraciones realizadas mediante las emisiones de hablantes nativos, sino también de las relaciones entre oraciones, es decir de los textos enteros subyacentes a estas expresiones, a su vez también en el campo de la pragmática y la sociolingüística se intensificaron las observaciones del verdadero uso de la lengua, incluyendo las variaciones sociales y dialectales, ya que la lengua en uso debía estudiarse también en términos de actos de habla.[2] Ante estas apreciaciones diferentes escuelas lingüísticas se preocuparon por el análisis del texto o discurso, tales como: la lingüística funcional británica o el estructuralismo francés.

Lo anterior nos permitiría afirmar que la Lingüística del Texto es una ciencia relativamente nueva, amparada diversos estudios acumulados por grandes lingüistas, centrados en la importancia del análisis del discurso ya no como unidad aislada sino como la relación entre oraciones y las diferencias dialectales presentes en los diversos actos o momentos del habla, presentes no solo en los textos escritos sino en los diversos tipos de comunicación.

Ahora, ante esta aproximación histórica de la lingüística del texto, podemos establecer que se tratar de un tema muy amplio en su estudio y por su lenguaje técnico muy interesante para investigar, por ello en el presente trabajo pretendo realizar el análisis textual del cuento “El gato negro” del reconocido escritor estadounidense; Edgar Allan Poe, valiéndome de diversas teorías expresadas por grandes lingüistas quienes nos ofrecen los métodos o instrumentos que provee el estudio del lenguaje para su correcta compresión, como lo es; determinar la superestructura, la macroestructura, las macrorreglas precisar la coherencia y la cohesión, los elementos catafóricos y anafóricos presentes en la narración, las relaciones semánticas entre oraciones, el estudio del discurso como unidad y la conversación en el contexto social, el uso de la lengua en distintas culturas, las conjunciones presentes en el cuento entre otros aspectos concurrentes en el cuento, acompañados de los diversos conceptos que nos permiten comprender la función de dichos instrumentos lingüísticos en esta maravillosa obra cuentista que permiten su valor significativo y funcional expresado en cada una de sus palabras perfectamente precisadas para su composición.

El gato negro

Edgar Allan Poe

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

ANÁLISIS TEXTUAL.

I

Relaciones anafóricas y catafóricas, sus categorías gramaticales, presentes en la primera parte del cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe.

  • Anáfora: Tipo de deixis que desempeñan ciertas palabras para recoger el significado de una parte del discurso ya emitida; por ejemplo: (lo) en; “dijo que había estado, pero no me lo creí”.

  • Catáfora: Tipo de deixis que desempeñan algunas palabras, como los pronombres, para anticipar el significado de una parte del discurso que va a ser emitida a continuación; por ejemplo: (esto) en; lo que dijo es esto: que renunciaba.[3]

  1. “No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir…” (En esta oración observamos una catáfora, ya que el pronombre personal me enuncia una acción a realizarse.)

  1. “Loco estaría si lo esperara,…” (Esta oración tiene un valor anafórico, ya que el pronombre personal lo recoge el valor de la frase ya emitida por el narrador.)

3. “cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia…” (el pronombre personal su presenta una anáfora con relación al relato.

4. “Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño…” (Relación anafórica en el pronombre demostrativo esto en referencia a los hechos acontecidos).

5. “Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma…” (Relación catafórica en la que utiliza el adverbio de tiempo mañana a acompañado del verbo ir, para enunciar una acción futura. De igual forma el verbo querer en condicional expresa una acción que se desea realizar).

6. “Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado…” (Expresión anafórica, pues aunque no sabemos los acontecimientos que atormentan al narrador, el pronombre demostrativo esos tiene relación con el enunciado ya emitido.

7. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes…” (Relación catafórica en la que más adelante como adverbio de tiempo acompañado de verbo aparecer en futuro presentan una acción que puede suceder).

8. “Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba…” (Relación anafórica referida a los animales con los pronombres su y los).

9. “Este rasgo de mi carácter creció conmigo…” (Relación anafórica en la que con el pronombre demostrativo este, el narrador hace referencia a las conductas anteriormente descritas).

10. “Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato…” (El pasado del verbo tener en plural de la tercera persona, presenta una relación catafórica en la que a continuación enumera los amínales que poseían).

II

Valor de las repeticiones: léxicas, por omisión, por sustitución sintagmática, oracional, pronominal, sinónimos, hipónimos, cohipónimos, hiperónimos… Etc.

Algunas definiciones de ayuda:

· Hipónimo: m. Ling. Palabra cuyo significado está incluido en el de otra; p. ej., gorrión respecto a pájaro.[4]

· Cohipónimo: son los distintos hipónimos de un hiperónimo: perro, gato, león, etc. serían cohipónimos del hiperónimo animal.

· Hiperónimo: es aquella palabra cuyo significado engloba el de otra u otras, por ejemplo: De repente, un descapotable rojo paró frente al banco. Del automóvil salieron dos individuos encapuchados, mientras otro esperaba en el vehículo.[5]

· Relación sintagmática: es la que se produce entre dos o más unidades en la cadena hablada.

· Relación paradigmática: es la relación virtual entre dos o más unidades que pueden sustituirse en la cadena hablada (y forman parte, por tanto, del mismo paradigma).

Por ejemplo:

La casa blanca es bonita.

Esta mesa negra es mía.

Mi silla cara es fea.

Esa perla rara es cara.

– Las relaciones entre {la/esta/mi/esa}, {casa/mesa/silla/perla}, etc. son paradigmáticas.

– Las relaciones entre {la-casa-blanca-etc.} son sintagmáticas.[6]

En el cuento de Edgar Allan Poe, podemos encontrar:

1. “Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido…” (en esta oración observamos una aliteración o repetición de los mismos fonemas, me han, en la frase para contribuir con la expresividad y la fuerza que implanta el narrador a la historia).

2. “…y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba.” En este caso podríamos ver el valor lingüístico de la omisión pues no hace falta repetir varias veces la palabra “animal” para que el lector comprenda que se refiere a ellos en estas líneas del cuento, en este caso también podríamos hablar de sustitución ya la correcta utilización de pronombres logra el cometido de referirse a los animales en este caso (les y los).

3. “Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón…” El autor le imparte fuerza al texto con la utilización de sinónimos, que le permiten al lector con una u otra palabra capturar la intención expresiva del emisor, en este caso el protagonista del cuento.

4. “Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad.” El autor del cuento utiliza en primera medida el hiperónimo de “animales” englobando así todo en conjunto, con estas líneas el lector puede considerar que el protagonista de la historia les gustaba todo tipo de animal sin distinción alguna.

5. “Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía.” Esta frase se puede analizar en relación con la anterior que expresa un hiperónimo, pues en este caso se especifica un animal cualquiera; un perro fiel.

6. “Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.” En esta frase tenemos muy claro el ejemplo de los cohipónimos que son los distintos hipónimos de un hiperónimo, en la oración subrayados.

Las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas se pueden establecer en cada oración de la obra de Poe, ya que establecen la coherencia y cohesión del cuento para presentarle al lector la significación, que pretende exponer, es decir la idea o hecho principal que narra la historia, por ejemplo:

· “…una inteligencia más serena,”

· La ternura que abrigaba mi corazón...”

· “…mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa,”

Cada frase ubica las palabras una en relación con la otra (una /inteligencia), (la /ternura) y (mi /mujer). La oración ya en su conjunto establece su contenido significativo.

III

Valor de las figuras literarias:

En el cuento de Edgar Allan Poe, prevalecen las figuras literarias de significado, utilizadas para provocar cambios en la significación de las expresiones del autor en el cuento.

1. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón…” (Hipérbole. Es una exageración con fines expresivos).

2. “Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser.” (Alegoría. Es una metáfora continuada a lo largo de varias imágenes).

3. “Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.” (Hipérbole, ya que se percibe cierta exageración que le muestran al lector una noción sobre los sentimientos del personaje).

4. “lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón;…” (Hipérbole, esa sensación del personaje está guiada por la exageración con fin de otorgarle más expresividad a la frase).

5. “¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!” (Apóstrofe, ya que esta figura consiste en invocar a alguien o a algo con apasionamiento.

6. “¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio!” (nuevamente utiliza la figura del apóstrofe, para invocar protección con gran apasionamiento).

7. “…un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados.” (Símil, consiste en una comparación de dos objetos o realidades).

IV

Superestructura del cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe.

Para establecer la superestructura de esta narración es importante ir de la mano del reconocido lingüista, Teun Adrianus Van Dijk[7], quien afirma en su obra: Estructuras y funciones del discurso, que el cuento en general posee una estructura esquemática o superestructura, como una ordenación global o de jerarquización en sus respectivos fragmentos. “Esta superestructura se describe en términos de categorías y reglas de formación” (Van Dijk, 2005, p. 53).

Entre las categorías figuran, la introducción, la compilación, la resolución, la evaluación y la moraleja. Las reglas son las que determinan el orden en que las categorías aparecen, la estructura así obtenida del cuento es a la que se le denomina esquema o superestructura narrativa, la cual presentará el contenido del cuento, este esquema puede presentar algunas restricciones según el grado de complejidad del discurso o el orden que el autor impone sobre su obra literaria.

Analizadas las proposiciones de Van Dijk en el cuento de Poe podemos observar la siguiente superestructura :

· Introducción: “Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos.”(El protagonista quiere narrar lo que le sucedió).

· Compilación: Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter”… “Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad.”…“Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada.”(El protagonista realiza su propia caracterización y la del gato, personaje decisivo en la historia).

· Resolución: “Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio.”…“Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales.”(Su cambio radical de personalidad hizo que causara la muerte de su esposa).

· La avaluación: “Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara.”(Por miedo a la justicia decidió emparedar en el patio de su casa, el cadáver de su esposa).

  • La moraleja: “El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!”(El gato negro que había causado su desequilibrio mental fue quien lo llevó también a pagar por su crimen).

V

Su macroestructura y configuración de la coherencia global y semántica.

“Según Van Dijk las macroestructuras semánticas son la reconstrucción teórica de nociones como; tema o asunto del discurso.” (Van Dijk, 2005, p.43). un ejemplo de estas nociones en el cuento de Poe podría ser:

· Un hombre obsesionado con los animales consideraba a su gato como su mejor amigo, sin embargo y misteriosamente su amor se convirtió en odio, y terminó con la vida de su esposa al intentar acabar con el animal, el temor a ser descubierto en su crimen lo llevo a emparedar a la mujer en el patio de su casa, días después el aullido del gato emparedado también accidentalmente alertó a los oficiales que apresaron a al hombre.”

Van Dijk nos recuerda que; el tema o asunto de la narración es posible identificarlo con la comprensión del fragmento de resumen como un todo y no con las oraciones individuales, el hecho de que se pueda deducir el cuento en un párrafo corto denota su coherencia global.

Ante lo anterior es posible notar que se emplea el termino macroestructura para denotar el contenido global del discurso, así también se puede emplear la microestructura para establecer la estructura local es decir de cada oración y las relaciones de cohesión y coherencia entre ellas, ya que si queremos especificar el contenido global de un discurso, tal sentido debe derivarse de los sentidos de las oraciones del cuento, esto es de la secuencia proposicional que subyace en el texto, en este caso es muy notable este enlace de oraciones ya que el protagonista de del cuento “El gato negro” narra cada acontecimiento detalladamente en lo que Van Dijk denomina; proyección semántica, con el fin de desahogarse antes de su condena de muerte:

· “Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos.” (Estas palabras las expresa el personaje principal al comienzo de la narración).

La proyección semántica es posible gracias a la aplicación de las macrorreglas:[8]

ü Supresión: Eliminar aquellas partes del texto que no se consideran importantes.

ü Selección: Elegir partes del texto por considerarse los más importantes.

ü Generalización: Reemplazar varios enunciados por una generalización simple (categoría superordinal).

ü Construcción: Reemplaza una secuencia de proposiciones por una proposición simple que contiene el sentido total de la secuencia. Está condicionada por las experiencias previas del lector.

VI

Meta superordinada, metas subordinadas y otras inferencias presentes en el cuento de Allan Poe.

En el apartado denominado “El estudio del discurso” del texto “El discurso como estructura y proceso, se presentan las definiciones y ejemplos de seis clases de inferencias: metas superordinadas que motivan las acciones de los personajes, metas subordinadas que especifican cómo se logran las acciones, antecedentes causales de sucesos, consecuencias causales, reacciones emocionales de los personajes y estados actuales. Estas inferencias son extratextuales, ya que agregan detalles al modelo de situación copiando o derivando información a partir del conocimiento del mundo.

En el cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe podemos seleccionar:

· META SUPERORDINADA: Una meta que motiva la acción intencional de un agente. (El gato ocasionó el desequilibrio mental de aquel hombre).

· META/ACCION SUBORDINADA: Una meta, plan o acción que específica cómo se logra una acción. (El hombre terminó por aborrecer a su segundo gato y en su intento de acabar con él terminó asesinando a su esposa).

· ANTECEDENTE CAUSAL: Un nuevo suceso o estado en una cadena causal que conecta una proposición explícita con el contexto del pasaje previo. (El hombre mató vilmente a su primer gato).

· CONSECUENCIA CAUSAL: Un suceso físico o acción en una cadena causal predicha que se despliega a partir de una proposición explícita. Las reacciones emocionales de los personajes no están incluidas. (A causa del crimen fue condenado a muerte).

· REACCION EMOCIONAL: Una emoción experimentada por un personaje en respuesta a un suceso explícito, acción o estado. (El dolor y la resignación por su condena de muerte incentiva al hombre a contar su aterradora historia).

· ESTADO: Un estado actual, a partir del marco temporal de la trama de la historia, que no está causalmente vinculado a los episodios de la trama. Estos incluyen rasgos de los personajes, propiedades de los objetos y relaciones espaciales entre las entidades. (El hombre a punto de cumplir su condena, la mujer posiblemente fue enterrada y el gato estará caminando por las calles ocultado el gran misterio que hay en su mancha blanca en el pecho con la forma de un patíbulo).

VII

Clasificación de personajes: según su importancia y la teoría actancial o de función según Greimas.

Algirdas Greimas[9], plantea el discurso como un proceso de generación de sentido que parte de un nivel semionarrativo profundo, que va de lo más sencillo a lo más abstracto. Este nivel es la estructura fundamental de la narración, la condición diferencial mínima que permite captar el sentido o el conflicto básico, ahora para que dicho conflicto empiece a entenderse hace falta que se movilice y se capture en el modelo de actantes, esferas de acción o roles. Que propone en su obra Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje.

De acuerdo a lo anterior podemos determinar del cuanto “El gato negro” de Edgar Allan Poe los siguientes roles del modelo actancial:

· Sujeto: generalmente es el protagonista o algún personaje principal, sobre éste recae la acción central. (El hombre que nos cuenta su historia).

· Objeto: es lo que persigue el sujeto, el propósito que éste posee. Puede ser otro personaje, un objeto, situación, etc. (El haber adquirido al gato negro, pues fue el que ocasionó que el hombre albergara sentimientos perversos que lo llevaron a concretar sus crímenes)

· Destinador: es qué o quién motiva al sujeto a cumplir su objetivo, es una fuerza que mueve al sujeto a ejercer una función. (El odio que creció en su corazón).

· Destinatario: Es quien o que recibe las meta acciones del sujeto. (Su gato llamado Pluto y su mujer).

· Ayudante: es el personaje, situación, objeto, que facilita el accionar del sujeto. (El gato, este personaje aparece en dos momentos distintos en la obra: la primera vez llamado Pluto, a quien el protagonista mato cruelmente, y por segunda vez en la cantina, ya que por sus características hace pensar que se trata del mismo gato).

· Oponente: es aquel que interfiere negativamente en el accionar del sujeto. (En este caso podría ser la conciencia y el remordimiento del hombre que evitaba a toda costa ver a su gato para no acabar con su vida como lo había hecho con Pluto).

BIOGRAFÍA

· BERNÁNDEZ, Enrique. Introducción a la lingüística del texto. Madrid: Espasa-Calpe, 1982.

· http://es.wikipedia.org/wiki/Hiper%C3%B3nimo (Fecha de la consulta; miércoles 15 de junio de 2011).

· http://paginaspersonales.deusto.es/airibar/Fonetica/Apuntes/01.html. (Fecha de la consulta; miércoles 15 de junio de 2011).

· REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA-ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUAESPAÑOLA. Nueva gramática de la lengua española. Volumen II. Madrid: Espasa, 2009. 3885

· http://web.educastur.princast.es/proyectos/lea/uploads/file/LECTOESCRITURA/COMPRENSION/Macrorreglas.pdf. (Fecha de la consulta; viernes 8 de julio de 2011.

· VAN DIJK, Teun Adrianus. “Macroestructuras semánticas”. En: Estructuras y funciones del discurso. Puerto Rico: Siglo XXI Editores, 2005, pág. 43 – 57.

· Graesser, Arthur; Gernsbacher, Morton y Goldman, Susan: Cognición. En: van Dijk, Teun A. Comp. (2000): En: El discurso como estructura y proceso. Barcelona: Gedisa. Pp.417-452

· Greimas, A. J. y Courtes, J. (1990). Actante. En: Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Madrid: Gredos



[1] Noam Chomsky: lingüista, filósofo y activista estadounidense. Es una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva.

[2] La teoría de los actos de habla es una de las primeras teorías en pragmática de la filosofía del lenguaje. Su formulación original se debe a John Langshaw Austin en su obra póstuma Cómo hacer cosas con palabras.

[3] Definiciones tomadas del DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).

[4] Definición tomada del DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).

[5] Página de internet utilizada para la consulta: http://es.wikipedia.org/wiki/Hiper%C3%B3nimo (Visitada el día miércoles 15 de junio de 2011).

[6] Página de internet utilizada para la consulta: http://paginaspersonales.deusto.es/airibar/Fonetica/Apuntes/01.html. (Visitada el día miércoles 15 de junio de 2011).

[7] Teun Adrianus Van Dijk, fue catedrático de Estudios del Discurso en la Universidad de Ámsterdam hasta 2004, es profesor en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona desde 1999. Licenciado de la Universidad Libre de Ámsterdam, y de la Universidad de Ámsterdam, se doctoró en la última universidad en 1972 con una tesis sobre la gramática del texto.

[8]Disponible en la página web: http://web.educastur.princast.es/proyectos/lea/uploads/file/LECTOESCRITURA/COMPRENSION/Macrorreglas.pdf.

(Visitada el día: viernes 8 de julio de 2011)

[9] Algirdas Julius Greimas: Lingüista e investigador francés, realizó importantes aportes a la teoría de la semiótica, fundando una semiótica estructural inspirada en Ferdinand de Saussure y Louis Hjelmslev. Promovió el «Grupo de Investigación Semiolingüística» (EHESS/CNRS) y la Escuela Semiótica de París.

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